Mi buen amigo Jorge García escribió este maravilloso artículo sobre la poesía escrita en español en Chicago. Gracias, Jorge, por mencionarme en este recuento literario de nuestro trabajo en la Ciudad de los Vientos. El artículo fue publicado en la edición de abril de la
revista contratiempo.
Chicago: las voces y los versos
por Jorge Luis García De la Fe
“El viento muerde mi garganta y mi soledad”.
Con las debidas licencias, Leda Schiavo.
Los siguientes apuntes no abrigan la pretensión de sistematizar ni caracterizar académicamente la creación poética en español del Chicago de las últimas décadas. Quien los redacta se siente imposibilitado –por falta de información y perspectiva temporal– de hacer consideraciones crítico-literarias sustanciales acerca de un fenómeno que probablemente no haya alcanzado del todo su fase de consolidación. En su artículo Escribir, es decir, pensar en español en Chicago, Jochy Herrera (Seducir los sentidos, 2010) formula que en el primer ejemplar de contratiempo (mayo, 2003) se admite la existencia en Chicago “de una ‘forma’ de literatura local (con) una expresión (tan) propia que reúne las suficientes características de identidad como para distinguirse de la de escritores latinos del resto de Estados Unidos y el movimiento chicano”. Esta literatura chicaguense en español –“injustamente ignorada”– ha sido reconocida como una “literatura de exilio” (Mark Zimmerman, 1992) cultivada no sólo por mexicanos y puertorriqueños, sino también por centroamericanos, caribeños y sudamericanos que ejercen una activísima labor cultural. John Barry en Voces en el viento; nuevas ficciones desde Chicago (1999) adelantaba que entre sus rasgos ya perceptibles se distinguían “los estilos de los escritores tradicionales, de los eclécticos y hasta de los que experimentan con el lenguaje al incorporar el spanglish, el periodismo y el coloquio, el diario, la prosa o la poesía dentro de los géneros ‘tradicionales’ de ficción y ensayo”.
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La historia de la génesis y evolución del movimiento poético en Chicago se pierde en la neblina de las últimas tres décadas. La poetisa puertorriqueña Johanny Vázquez Paz, que ha sido una de sus protagonistas, me remite a la existencia de una tradición de performances poéticos en diferentes instituciones como universidades, escuelas, librerías, iglesias, restaurantes y bares; la cual ha mermado lamentablemente en el último quinquenio. Según ella, a principios de los noventa el poeta chileno Lito Barraza, José David y otras personas aficionadas al género organizaron innumerables lecturas de poesía en honor a Pablo Neruda y otros grandes poetas en la librería El Yunque, el centro cultural Segundo Ruiz Belvis, el Teatro Aguijón, la librería Tres Américas, el restaurante El Ñandú, The Hot House, Calles y Sueños, el restaurante Empanadas Unlimited y la iglesia de San Pablo. Poetas como Susana Sandoval, José Bono, Miguel López Lemus, Miguel Ángel Ontiveros, Barraza y la propia Johanny formaron parte de dichas jornadas de poesía. Universidades como Northeastern, De Paul, la Universidad de Illinois en Chicago, National-Louis University; así como el Instituto Cervantes, La Décima Musa, Efebinas Café, San Agustín y otros recintos han sido, y continúan siendo, recurrentes escenarios de lecturas poéticas. En las mismas han participado: Jorge Hernández, Bernardo Navia, Beatriz Badikian, Olivia Maciel, Leda Schiavo, Graciela Reyes, Febronio Zatarain, Ricardo Armijo, Juana Goergen, Tony del Valle, Jorge Frisancho, Achy Obejas, om ulloa, León Leiva, Eduardo Urios-Aparisi, Eduardo Arocho, Liliana Bilbao, Yolanda Nieves, Fernando Olszanski y Víctor Ortiz, entre otros. También se reconoce la existencia –más o menos efímera–de un conjunto de publicaciones previas a contratiempo que dieron acogida a las producciones de los referidos autores, tales como: Revista Cultural Tres Américas, Zorros y Erizos, Tropel, Abrapalabra y Fe de erratas.
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Grupos como The Guild Literary Complex a través de su lectura mensual Palabra Pura; el evento anual Poesía en Abril coauspiciado por diferentes entidades; y el proyecto cultural contratiempo, con la revista homónima, el sello editorial Vocesueltas y el taller literario quincenal están promoviendo, no sólo a los poetas ya mencionados, sino a figuras nuevas en el ámbito literario de referencia que están cultivando la poesía, entre los que pueden citarse: Elizabeth Narváez-Luna, Jesús Guerrero, Santiago Weksler, Rafael Franco, Adrián Zavala, Kolyn Jordán, Jorge Montiel, Verónica Lucuy Alandia, Ignacio Guevara, Emmanuel Ayala y el autor de este artículo. En cuanto a la composición social de los cultivadores de poesía en Chicago, es significativo que prevalezcan profesores de universidades, editores de textos educativos, profesionales vinculados al medio artístico y estudiantes. Estos brevísimos apuntes sólo tienen por objeto dejar constancia de la existencia de un pujante movimiento de creación poética en Chicago del cual debieran investigarse: génesis, evolución, temas, características, tendencias y autores representativos. '''
''' Autores publicados
Si bien, como decíamos más arriba, en los últimos años han disminuido las lecturas poéticas públicas en comparación con las que frecuentemente se desarrollaban en los años noventa; hay que reconocer que ha aumentado la actividad editorial y varios de los poetas y poetisas ya citados han logrado publicar uno o más poemarios. Cito algunos títulos: Con las debidas licencias (2000) de Leda Schiavo, Doce muertes para una resaca (2000) de Bernardo Navia, Luna de cal (2000) y Filigrana encendida (2002) de Olivia Maciel, Las hormigas de oro (2000) de Eduardo Urios-Aparisi, La piel a medias (2001) de Juana Iris Goergen, Poetas sin tregua (2006) y Poemas callejeros (2007) de Johanny Vázquez Paz; y Desarraigos, cuatro poetas latinoamericanos de Chicago (2008) en el cual están antologados Jorge Hernández, Juana Iris Goergen, León Leiva Gallardo y Febronio Zatarain, quien también publicara anteriormente Desesperada intención (1994).
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La más reciente poesía en español de Chicago no es ajena a los asuntos más universalmente abordados por este género como lo cosmogónico, lo filosófico, lo patriótico, lo existencial, el tiempo, la vida, la ciudad, el mundo, el amor, el desamor, el asombro, la nostalgia; pero el tema del desarraigo, como es lógico tratándose de inmigrantes transidos por la dolorosa experiencia que supone abandonar sus países originarios y lidiar con una realidad diametralmente diferente y hostil, constituye un leitmotiv en muchos poemas de todos los que participan de este creciente, heterogéneo y cualitativamente valioso quehacer. Por eso quisiéramos hacer unas breves consideraciones sobre el mismo, apoyándonos en una selección de textos, para que se tenga una visión más personalizada y tangible de algunas de “las voces” a que aluden estas líneas.
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El tema del desarraigo es reflejado a través un prisma que arroja un espectro de colores y matices que van desde el franco rechazo a la nueva realidad hasta la conformidad y aceptación consciente. En Cerámica, el español Eduardo Urios-Aparisi confiesa:
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Aquí te mojas hasta los huesos cuando llueve y cuando no llueve
también. No hay paraguas ni sombras. Vas de luto por la calle
a pleno sol. La conciencia desnuda. Bajar las escaleras, calzarte
la mirada de olvido y andar despacio sin volver el rostro, vendido
en calidad de estropajo del asfalto.
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Temperatura al pie del Tibidabo, aunque recoge la vivencia del contacto con esa elevación de Cataluña, bien pudiera remitirse a la Ciudad de los Vientos. El texto sirve a la argentina Leda Schiavo para definir la ajenidad:
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Puestos a decir qué es el frío
yo diría que es esta casa erizada de vidrios opacos
por los que no transita tu imagen.
Este paisaje de estalactitas en la ventana nublada
este roce de cristales que es tu mirada desangelada y blanca
duplicando un mundo que no me pertenece.
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El peruano Jorge Frisancho, en su excelente poema Aquí termina una manera de mirar, centra su idea del desarraigo en la lejanía de todo lo que nos es familiar y entrañable:
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¿Cuántos modos habrá de poseer la ausencia
y no dejar que nos arañe,
con el cúmulo de sus equivocaciones,
el obsceno epitelio que nos
separa del mundo?
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Las poetisas puertorriqueñas Johanny Vázquez Paz y Juana Iris Goergen también asumen el tema objeto de interés desde aristas muy personales. En La ciudad donde habito Johanny, por ejemplo, juega con la difícil relación sujeto lírico-ciudad:
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Esta ciudad no me acepta en su entraña.
Me dejo devorar por su boca hambrienta,
rebanar la lengua en rodajas de palabras impronunciables,
chupar mi esencia hasta el hueso,
hasta que el sabor de mi piel isleña la atraganta
y vomita en la trastienda mi ser de pueblo chico.
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Juana Iris Goergen asume su identidad isleña frente a un Walt Whitman imperial en Juana Iris Maset: Reconquista. La voz lírica impreca amigablemente al poeta de Hojas de hierba:
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dime, dime, Walt Whitman,
¿qué edad tendrán estas orillas
que se roban mi cuerpo poco a poco?
y estas manos que no se asombran
y estos ojos
que se desploman a mis pies
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No se caracterizan la poetisa mexicana Olivia Maciel ni el poeta hondureño León Leiva Gallardo por ofrecer una imagen impactante del desarraigo; pienso que por dos razones perfectamente comprensibles: la primera, que ambos se sienten fuertemente atados a sus países de orígenes; la segunda, que los motivos privilegiados en sus creaciones no entran directamente en la cuerda de este tema. Olivia, cuya delicada poesía se refugia en el encanto de lo diminuto y escapa hacia lugares quiméricos, sólo de una manera circunstancial nos deja constancia de cómo le impresiona la ciudad. Tal es el caso de Con los labios fruncidos:
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¿Qué veo desde mi ventana?
Las amplias copas de los maples,
anónimos transeúntes que andan por mi calle:
inmigrantes rusos, vietnamitas o latinoamericanos,
algunos desamparados, algunos perturbados.
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León hace una brillante poesía amatoria y filosófica donde se reconoce como sujeto lírico –carnal y concreto– que revela con autenticidad sus delirios y vivencias existenciales. También en su poesía se siente la fuerte presencia del mítico pasado de Centroamérica. En su texto La tregua, a pesar de haber sido concebido en Honduras, hay una clara alusión al desarraigo, pero desde la perspectiva del que regresa:
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Sé que soy un foráneo en tierra propia:
el puerco del asumido exilio
se me fuga en mi pecho
se le ha podrido el cebo y el lodo y el tejido
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El poeta chileno Bernardo Navia, en A veces entiendo a Chicago, nos transmite la paradoja de estar atrapado entre dos mundos –el que deja y el que asume- que por interceptarse, jamás serán enteramente suyos. Es decir que, en lo adelante, no pertenecerá del todo a ninguno de los dos:
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En Chicago han nacido
mis dos hijos y Leslie
y este otro bernardo
que sale de mí
que se mira al espejo
y no alcanza a entender
los patios de infancia
los arruyos de abuela
los besos los pasos las sombras
de otras calles de otros nombres
que se han quedado lejos
en la escuela en los juegos
en los parques de la memoria
y este otro Bernardo
que sale de mí
y a Chicago y su lengua
no los puede entender.
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Los mexicanos Jorge Hernández y Febronio Zatarain nos dan una visión atormentada, alucinante, rebelde y estoica del desarraigo. En Monterrey-Chicago, Jorge presenta su queja con rabia:
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y mi sombra me persigue como un perro
bruñéndome las palabras
y digo nada de nuevo
me han cerrado el zípper
y la orinadera esta es infinita
perra ciudad
a calles me conquista
y a calles me abandona
perra ciudad parece perseguirme
morelos washington hidalgo jefferson
recorren mis días buscando al otro que soy y que se ha ido
como una cerveza mareada
con los ojos cerrados y los oídos sangrantes
qué más señores
soy bandera de mí mismo
la luz se reúne en mi cabeza para buscar abrigo
a instantes el lago y el cerro de la silla me miran
como mujeres con sueños y raíces
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Febronio monologa su dulce-amarga inconformidad en Prosario (El libro de antisuperación personal):
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Sigo aquí y estoy triste. Estoy triste pero satisfecho
de seguir aquí. Estoy solo y triste, y nadie puede pararlo
porque al salir a la calle soy invisible. No estoy muerto
porque entonces, por compasión, sería mirado. Tampoco
estoy vivo. Estoy triste y satisfecho porque no he perdido;
he ganado. He ganado el no estar en la vida ni en la muerte.
Estoy triste pero no es tristeza de lágrima; es tristeza de
pared, de maleta vacía, de teléfono cortado. Y estoy satisfecho
pero no de instinto, estoy satisfecho porque estoy satisfecho
donde no se puede estar satisfecho.
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Como colofón de una visión poética del desarraigo en la poesía cultivada por hispanos en esta ciudad, cito el texto Amorfa del argentino Fernando Olszanski, quien relativiza totalmente el sentimiento al remitirlo a su mundo interior:
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Estoy lejos, sí
pero no en exilio
sino perdido en mi propio naufragio
en otra forma de soledad.
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Se aprecia, en los textos anteriormente convocados, una indudable voluntad estética como común denominador, amén de visibles diferencias estilísticas. El español es la patria que ampara a todos los que se empecinan en hacer poesía en Chicago. Cito, por proféticas, las palabras de Leda Schiavo: “Escribir en la lengua de uno en el país del otro es signo de afirmación o de locura, de amor o de odio, de soledad o solidaridad, de regodeo o indiferencia, de atrevimiento o cobardía, de fijación en el pasado o deseo de porvenir, de ardiente fe o nihilismo”. Escribir poesía en Chicago es incurrir en una doble metáfora: hacer metáfora de la metáfora. Como todos sabemos metáfora quiere decir “ir más allá de”, transponer límites.
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Gracias a Ediciones Vocesueltas, pronto saldrá la antología En la 18 a la 1 del taller literario de contratiempo, una interesante muestra de creación poética cuyos autores permanecen inéditos hasta el momento en su gran mayoría. Si por razones geográfico-culturales la literatura en español de Chicago ha sido poco reconocida hasta el momento; la cantidad, calidad, variedad y fuerza de la misma hará revertir, más temprano que tarde, esta especie de fatalismo literario.
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por Jorge Luis García De la Fe: poeta cubano, y miembro del consejo editorial de contratiempo.