Mi madre siempre ha sido fabulosa. Se peina en la peluquería todas las semanas. Se arregla las uñas dos veces al mes. Siempre está bien vestida, elegante de la cabeza a los pies. Aunque ya no se puede poner los tacones de antes, igual rehusa ponerse
"flats", tienen que tener
"un taquito".
Mejor adolorida que sencilla, me informa, mientras yo le recuerdo la operación del pie y la rodilla. Mi madre siempre se maquilla antes de salir de la casa. Espejo en mano, brochas, lápices, paleta de colores pintando mariposas en sus párpados. Hay una regla que repite:
los zapatos tienen que hacer juego con la cartera. De niña pensaba que en el clóset, o quizás bajo la cama, las carteras y zapatos se juntaban a jugar. A mi madre también le encanta la joyería: los diamantes, los collares, las sortijas, los aretes. Pero su favorito es el prendedor, siempre lleva un animalito, flor, o lazo de piedras preciosas prendido al pecho, como medallas recibidas en una batalla. Le digo:
tienes demasiados guindalejos, y me contesta,
si no los uso cuando salgo, se llenan de olvido en la gaveta. Sé que me mira de reojo y me inspecciona: si tengo ropa apropiada, si me pinté los labios, si a las uñas no les faltan pedazos de esmalte.
Párate derecha y saca la nalga, me ordena. Me quejo pero obedezco. Y trato de ser como ella: elegante, fabulosa y perfecta...
JVP