Hay que tener valor para salir de la tibieza del submundo de la doble colcha enredada entre la sábana, a sentir el frío acuchillando la piel con sus navajas, mirar por la ventana y ver lo que te espera, mantenerte decidido a cumplir con lo planeado, vestirte con tres capas de ropa, ponerte las botas rellenas de lana, darle dos vueltas a la bufanda, deslizar los guantes, subirle la cremallera al abrigo que te recuerda la colcha que abandonaste esta mañana. Hay que tener fortaleza para abrir la puerta, alargar la pierna y enterrarla en la fragilidad de la nieve fresca, sacar la otra y enterrarla también, hasta que el cuerpo se despide del hogar, y le das la cara a la blancura del paisaje. Hay que tener arrojo para caminar sobre la nieve, desenterrar cada pie a cada paso, balancearte sobre el hielo acumulado en las aceras, sacarle la nieve al carro, manejar despacio, resbalar en las paradas, ir y venir sintiendo las medias mojadas, las manos heladas, la piel seca; cumplir con todas las citas trazadas en el calendario y regresar a la casa, quitarte el abrigo, desenvolver la bufanda, perder dos capas de ropa, arrancarte las medias mojadas, ponerte otras, y meterte de nuevo bajo las colchas de la cama, que ahora fría, deseas calentar con la certeza de que la semana que viene, el mismo día, a la misma hora, estarás sintiendo la brisa tibia de los aires del Caribe sobre tu cuerpo que ahora tirita con la indiferencia del crudo invierno.
por JVP
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