Llegas siempre tarde con el clavel anclado en el pecho, la corbata anudada al ego y el negro como espejo brillando en los zapatos. Caminas firme asestando el bastón en la madera, como la mano que marca el ritmo en el tambor. Te paras a tasar el cuarto en una esquina; buscas quien tiene piernas para aguantarte la noche entera. Pretendo indiferencia, pero atisbo de reojo cada uno de tus movimientos. Presiento la mano que extiendes, los labios que esbozan la invitación. Arribamos callados a la pista, le ofrendo mi cintura a tu brazo derecho, mientras el izquierdo se alza mano a mano y comienza el duelo. Me llevas de lado, te sigo los pasos, me empujas, te suelto, doy vueltas bajo tu cielo. Me acercas, me aprietas, mis senos laten en tu pecho. Uno, dos, tres, lías el trompo. Cuatro, cinco, seis, desenrollas la cuerda y me lanzo de espalda en tus brazos. La música suena su última tonada, temo a la despedida y te susurro: todavía nos falta un bolero, mi negro. Salimos sigilosos del salón y comenzamos la fiesta.
por JVP
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