Hay días que amanecen bendecidos por buenos agüeros. Días que el número diez (mi número favorito de toda la vida) se acomoda perfectamente en el día, el mes y el año; y a la estación se le olvida que es otoño y decide devolvernos de nuevo el verano y sus ochenta y cinco grados. Salgo de la casa apurada, antes que se desvanezca la buena fortuna, para vivir de nuevo lo bien que se siente salir afuera sin abrigo. Empaco la mochila, me monto en el tren y llego al lago, al lago que llaman playa y que hoy sentí como una reencarnación de la playa de Isla Verde. Igual la arena se aposenta entre los dedos, igual su olor a marisco adobado, igual el sol quema con su llama la piel ofrecida a él. Entonces, se relajan los músculos y el cuerpo afloja la tensión, allí, tirado como reina en la arena. Salgo de la playa en busca del Viejo San Juan y llego a un parque con nombre latino, Mariano, y pretendo que estoy en una de las plazas del casco antiguo de la otra ciudad. Sorbo el café, me siento en un banco a mirar las hojas del color de las naranjas de Sevilla caer poco a poco a mis pies, y agradezco los días perfectamente alineados con el día que nací. JVP
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