HISTORIA DE CHICAGO / Centro Cultural Segundo Ruiz Belvis /
Octubre 1994 / Evento: Homenaje a Luis Rafael Sánchez
En octubre
de 1994 la Universidad de Illinois en Chicago (UIC) celebró su Primer Encuentro
de Escritores Latinos y Feria del Libro y les ofreció a diferentes centros
culturales la oportunidad de hacer un evento con el/la escritor/a invitado de
su país. Yo llevaba varios años de voluntaria coordinando eventos y ayudando en
lo que fuera como parte de la junta del centro cultural puertorriqueño Ruiz
Belvis, que quedaba a la vuelta del primer trabajo que tuve en Chicago. Cuando
me preguntaron si estaba interesada en hacer algo para Luis Rafael Sánchez dije
el SÍ más rotundo que alguna vez haya dado una novia enamorada. Porque amor y
admiración era lo que yo ya sentía antes de conocerlo y, gracias a las musas y
los duendes, no me decepcionó cuando compartí con él. Me di a la tarea de
coordinar un homenaje sin dinero ni apoyo de los medios de comunicación, los
cuales sólo cubrirían una noticia como ésta si les pagáramos primero por un
anuncio. En esos tiempos no había Facebook ni nada por el estilo para hacer
publicidad, tenía que hacer invitaciones, comprar sellos, mandarlas por correo,
llamar por teléfono, dejar carteles en restaurantes o lugares públicos. Los/as
seis gatos/as del barrio que trabajábamos de voluntarios, más los 2-3 empleados
del centro que trabajaban por poquitísimo salario hicimos todo aportando dinero,
tiempo, usando y “tomando prestado” el equipo y materiales de nuestros
respectivos trabajos, gastando todas las energías que un cuerpo puede acumular
para poder hacer dos trabajos: uno que paga las cuentas, otro que alimenta el
espíritu. Todo se hacía con muchas ganas, pero siempre teníamos el temor de que
no viniera nadie al evento, no por nosotros, sino por la vergüenza que
representaría para el invitado. Aunque Luis Rafael Sánchez es conocido en
Puerto Rico y entre las personas que leen literatura, en Chicago ninguna
escuela enseña sus libros, ni siquiera a nivel universitario. Tuve profesores
que me dijeron que no entendían sus libros porque escribe “demasiado
puertorriqueño”. No había garantía de que viniera gente. El plan el día del
evento era que Luis Rafael presentaría su ponencia en el Encuentro de
Escritores Latinos, y cuando terminara, se iría conmigo al centro cultural para
el homenaje. Yo (con mi pelo ensortijado a base de permanentes) también estaba
participando como moderadora en algunas presentaciones en UIC, así que tuve la
oportunidad de compartir y almorzar con el escritor durante el día, además de
charlar con él en privado cuando lo llevé al evento en mi carro. Resulta que
Luis Rafael Sánchez estaba muy triste y decaído; la razón: el actor
puertorriqueño Raúl Juliá había muerto recientemente, y el día del evento era
su funeral en Puerto Rico. Tanto Luis Rafael como Raúl Juliá vivían en Nueva
York y eran amigos, habían compartido en varias ocasiones y tenían esos lazos
de amistad y familiaridad que se construyen en la diáspora entre gente del mismo
país. Yo también estaba muy afectada con la súbita muerte del actor, no porque
lo conociera y fuera amigo mío, sino porque exactamente 2 años antes mi hermana
Griselle había muerto en Nueva York, de lo mismo que murió Raúl Juliá: un
derrame cerebral. Ambas historias son similares: el actor estaba en la ópera
cuando sintió un dolor abdominal; mi hermana jugaba tenis cuando les dijo a sus
amigos que sentía un dolor estomacal. Ambos sufrieron un derrame estando ya en
el hospital que resultó en estado de coma hasta sus respectivas muertes. Mi
hermana tenía 35 años cuando murió, Raúl tenía 54, con ambas muertes quedó ese
sentimiento de que todavía les faltaba tanto por hacer y lograr, ese trago
amargo de injusticia divina. A Luis Rafael Sánchez le hubiera gustado estar
presente en el funeral de Raúl Juliá, despedir a su buen amigo, apoyar a su
familia, pero no podía cancelar su presentación en el Encuentro con pasajes
comprados, hotel pagado y cobrando por su asistencia. Así que llegó a Chicago
cargando su dolor en la maleta y compartiendo su tristeza con esta otra
puertorriqueña que lo llevaba a un evento celebratorio en un momento que lo
menos que quería era celebrar. Cuando llegamos a Ruiz Belvis faltaban 10-15 minutos
para la hora pautada del evento. Aunque lo común era que ningún evento empezaba
a la hora destinada, estaba loca por llegar para ver si había gente y
asegurarme que todo estuviera en orden. Había un grupo de personas parada
afuera, y pensé que estaban fumando y charlando en lo que llegaba gente al
lugar, pero cuando el escritor y yo subimos las escaleras que nos llevó al
salón de eventos del centro cultural no podíamos creer lo que veíamos: la sala estaba
repleta, todas las sillas ocupadas, gente parada dentro, gente esperando afuera,
grupos llegando de los suburbios, grupos llegando de otros estados. Mi asombro,
alivio y felicidad fueron inmensos, y Luis Rafael no estuvo seguro de que todo
ese barullo tenía que ver con él hasta que vio el enorme dibujo de su persona
que hizo Ramón Marino y que engalanaba el podio que había en el escenario. Lo
interesante fue que Ramón no era conocido como pintor, sino como cantante
acompañado por su guitarra, pero el dibujo en tela que hizo del escritor nos
impresionó a todos. Creo que se lo ofrecimos de regalo al escritor, pero él
prefirió que se quedara en el Centro y allí estuvo por muchos años. Menciono
también a Abraham Martínez profesor de Elgin College quien leyó una semblanza
del autor; a la puertorriqueña Maribel Hopgood, quien trabajaba para el
Municipio de Chicago, y nos ayudó creo que con la placa y refrigerios; a Andrés
Briganti quien tomó las fotos que acompañan esto que escribo; a todos los
miembros de la junta como Myrna Rodríguez, Carmen Álvarez, Ada López, mi mentora
América Sorrentini y tantas otras personas que ayudaron y vinieron al evento y
no nombro porque la memoria me falla después de tantos años. Recordando esa noche, pienso que en realidad
fue un homenaje a Raúl Juliá con Luis Rafael Sánchez de orador contando historias
sobre su amistad con el actor y el legado de películas y actuaciones
magistrales que nos dejó en herencia. Luis Rafael no logró estar en el funeral
de su amigo, pero sí le rindió tributo y homenaje en una sala atestada de
boricuas que admiraban a ambos. Y, como todo un caballero galante y cortés,
pocos meses después recibí una carta suya dándome las gracias. Una carta que he
guardado desde entonces como símbolo de que a veces la vida te quita y te
tumba, pero otras te manda recompensas que hacen pensar que todo vale la pena. ©JVP
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