Sunday, November 2, 2008

Chicago / Noviembre 2008

Los residentes de esta apresurada ciudad en donde vivo estamos viviendo un momento histórico en donde los sentimientos oscilan entre la tristeza y el regocijo, la tragedia y la ilusión, la pesadumbre y la esperanza de un futuro mejor. Por un lado, la expectativa de que nuestro senador Barack Obama se convierta en el próximo presidente de los EE.UU. parece ser un sueño hecho realidad. Los que conocemos de cerca su carrera y lo vimos surgir de la nada creímos en él desde el principio. Era imposible dejar de sentir el optimismo que su persona y sus palabras dejaban en todos los lugares que se presentaba. Fuimos testigos oculares de cómo comenzó su carrera como líder comunitario en los residenciales públicos de Chicago, para luego irse a estudiar leyes a Harvard y regresar a esta ciudad a abrirse camino en la política local. Chicago es una ciudad con fuertes e influyentes líderes afroamericanos, comenzando por Jesse Jackson que le está pasando la batuta a su hijo, Jesse Jackson, Jr., como todas las buenas familias oligárquicas de la política. Si Obama sobresalió y sobrepasó las aspiraciones de otros líderes no fue porque utilizó tácticas inescrupulosas para sacar del medio a sus contrincantes, sino todo lo contrario, sobresalió porque era diferente a los demás: no gritaba en sus discursos ni trataba de aplastar a su adversario. Se fue ganando el respeto y la admiración de la gente con su hablar pausado, su oratoria sublime, sus discursos sobre la esperanza y el cambio, y ese aire de calma y sabiduría que le rodea. Cuando en el 2004 escuchamos su discurso en la Convención Nacional del Partido Demócrata no nos quedó la menor duda de que lo que está pasando ahora sería su destino. Recuerdo que hace unos años les predije a muchos amigos y familiares que Obama sería el próximo presidente de los Estados Unidos y todos me contestaron que no creían que esto fuera posible, que en este país plagado de racismo y discrimen la gente nunca votaría por un negro. Pero los que vivimos en Chicago sabíamos que Obama tenía la capacidad de llegar a quienes nunca participaron activamente en la política, a los que ni siguiera salían a votar porque les daba igual el resultado, con la actitud de que todos son iguales, nunca nada va a cambiar. Si yo, que nunca había admirado o confiado plenamente en ningún político, y que siempre había votado por el menos malo, ahora siento, por primera vez en mi vida, este fervor y esta veneración por un candidato, entonces, pensaba convencida, quizás otros llegarán a sentir lo mismo que yo, si le dan una oportunidad y lo escuchan, si prestan atención a lo que dice, aunque tengan que cerrar los ojos para que su raza no obstaculice el cambio que tanto necesitamos.

Por otro lado, una tragedia sacude a la ciudad, un crimen sin sentido en donde asesinaron a la madre, al hermano y al sobrino de Jennifer Hudson, una de las hijas predilectas de esta ciudad. Cuando Jennifer compitió hace unos años en American Idol los medios de comunicación hicieron un llamado para que apoyáramos a la candidata de Chicago. Yo, como muchas otras personas, me tomé la molestia de llamar a los números indicados para asegurar su permanencia en la competencia, no tan sólo porque era de aquí, sino porque pude comprobar que tenía una voz privilegiada comparable a la de otras grandes cantantes como Aretha Franklin, Whitney Huston y Patty LaBelle. Sin embargo, Jennifer fue eliminada tempranamente de la competencia, aunque era mucho mejor cantante que otros que permanecieron en ella. Luego un golpe de suerte le cambió la vida al ganarle a miles de aspirantes el papel de Essie en la película Dreamgirls, y no tan sólo se ganó el papel principal, sino que se robó la película con su magistral interpretación de la canción "You’re Gonna Love Me" y sus grandes dotes de actriz. Cuando una joven que nació y se crió en Englewood, una de las áreas con mayores problemas socioeconómicos en Chicago, se gana un Golden Globe y un Oscar el premio lleva un mensaje que va mucho más allá que recompensar su actuación en una película; el premio se convierte en un símbolo de posibilidades en donde lo que creíamos inverosímil puede llegar a ser cierto, en donde está permitido soñar y pensar que todo se puede logar, que no hay batallas ni gigantes que te impidan obtener lo que tú quieres. Sin duda, ayuda tener a la mano un ejemplo de que se puede salir de un barrio empobrecido (en todo menos en criminalidad), y llegar y ganarse premios en Hollywood sin tener que venderle el alma al diablo, para no sentirnos que nuestras propias fantasías y quimeras son signos de nuestra falta de cordura.
Pero la felicidad es tan efímera como la ola en la orilla. La vida te sube hasta los cielos, y cuando estás a punto de verle la cara a Dios, te tira con fuerza desde la altura para destrozarte en mil pedazos. Si trágica fue la muerte de su madre y su hermano, más fatídicos fueron los balazos que le dieron al sobrino, un niño de 7 años. Por unos días tuvimos la esperanza de que estuviera vivo, se ofreció una recompensa y la foto del niño salió en todos los medios de comunicación. Una mañana, mientras corregía unos exámenes con el televisor puesto en las noticias, escuché que habían encontrado la camioneta del hermano, con el cuerpo de un niño adentro, en la misma calle donde yo vivo. Entre el lugar que recobraron el automóvil y mi casa hay muchas cuadras de distancia (un poco más de 40 manzanas), pero escuchar el nombre de mi calle unido a este suceso me recordó que, no importa si fue cerca de aquí o más al norte, todos estamos conectados. Vivo en el suroeste de Chicago, el área de Englewood queda también al sur de la ciudad, paralela a donde yo vivo, pero en dirección al este. Esta ciudad es tan segregada que se puede ir manejando por la misma calle y encontrar, cada varias cuadras, barrios disímiles con fronteras definidas para evitar la mezcla, el encuentro. Barack Obama también vive en el sur de la ciudad, paralelo a mi casa, 10 cuadras hacia el este de Englewood, cerca del lago (hacia el este la frontera siempre es el lago Michigan) y de la prestigiosa Universidad de Chicago. Cuando salí aquella mañana que escuché el espeluznante final de la vida de este niño camino a la estación del tren que me llevaría al trabajo, no pude dejar de mirar dentro de todos los carros que estaban estacionados en la carretera, porque pudo haber sido aquí, pudo haber sido éste, pude haberlo encontrado yo y pude, quizás, ayudarlo. Sin duda, la parte más chocante e inconcebible de la tragedia fue saber que los vecinos oyeron los disparos, pero no hicieron nada porque están acostumbrados a escucharlos junto a los ruidos del trajín diario de sus vidas.

Ahora mismo en Chicago se están haciendo los arreglos para dos eventos muy diferentes: el lunes, para el servicio religioso que se celebrará en una iglesia en memoria de los familiares asesinados de Jennifer Hudson, y el martes, para lo que se espera sea la celebración de la victoria de nuestro nuevo presidente en el parque Grant. El lunes la gente se aglomerará afligida para apoyar el triste destino familiar de su Cenicienta, y el martes las mismas personas esperan ser testigos de un milagro: la elección a la presidencia de los Estados Unidos, no de un negro, valga la aclaración, sino de un mulato, producto de la mezcla de razas, igual que somos la mayoría de los puertorriqueños. Un hombre hijo de un padre negro que inmigró directamente de África y una madre blanca nacida en el conservador Medio Oeste del país. Describir a Obama solamente como un afroamericano sería no hacerle justicia a la mixtura racial y cultural que él representa, porque se crió mayormente con su familia blanca en el estado de Hawaii, único estado en donde oriente y occidente se encuentran en una sociedad multiétnica y multicultural. Además, vivió varios años de su infancia en Indonesia cuando su madre se casó con un hombre de este país en donde nació su media hermana (que aprendió a hablar español porque siempre le preguntaban si era latina), producto también de la mezcla de razas. Para nosotros que hemos inmigrado y somos hijos e hijas de encuentros raciales y culturales, que a la misma vez tenemos hijos e hijas con nuevas combinaciones raciales e influencias culturales diferentes a las nuestras, el triunfo de Obama simbolizará el rayo de luz y esperanza que habíamos perdido en estos últimos 8 años. Esperamos con los dedos cruzados celebrar en grande la victoria el 4 de noviembre, y rezamos porque Dios guarde y proteja de todo mal a nuestro nuevo presidente para que el cambio que necesitamos no tan sólo se dé en Estados Unidos, sino también en mi patria y demás países del mundo, porque todos estamos conectados, vivamos aquí o allá, todos compartimos la misma sangre.

por JVP

1 comment:

ccig said...

Priceless.

Ya se inmortalizó como el hombre que derrumbó la Dinastía Cliton. Pronto volverá a ser historia cuando se convierta en Presidente, apenas unas décadas de haberse permitido la "igualdad" a las minorías.

Ricky González