Tuesday, May 31, 2022

Historias de Chicago: Homenaje a Luis Rafael Sánchez

 

HISTORIA DE CHICAGO / Centro Cultural Segundo Ruiz Belvis / Octubre 1994 / Evento: Homenaje a Luis Rafael Sánchez

 

En octubre de 1994 la Universidad de Illinois en Chicago (UIC) celebró su Primer Encuentro de Escritores Latinos y Feria del Libro y les ofreció a diferentes centros culturales la oportunidad de hacer un evento con el/la escritor/a invitado de su país. Yo llevaba varios años de voluntaria coordinando eventos y ayudando en lo que fuera como parte de la junta del centro cultural puertorriqueño Ruiz Belvis, que quedaba a la vuelta del primer trabajo que tuve en Chicago. Cuando me preguntaron si estaba interesada en hacer algo para Luis Rafael Sánchez dije el SÍ más rotundo que alguna vez haya dado una novia enamorada. Porque amor y admiración era lo que yo ya sentía antes de conocerlo y, gracias a las musas y los duendes, no me decepcionó cuando compartí con él. Me di a la tarea de coordinar un homenaje sin dinero ni apoyo de los medios de comunicación, los cuales sólo cubrirían una noticia como ésta si les pagáramos primero por un anuncio. En esos tiempos no había Facebook ni nada por el estilo para hacer publicidad, tenía que hacer invitaciones, comprar sellos, mandarlas por correo, llamar por teléfono, dejar carteles en restaurantes o lugares públicos. Los/as seis gatos/as del barrio que trabajábamos de voluntarios, más los 2-3 empleados del centro que trabajaban por poquitísimo salario hicimos todo aportando dinero, tiempo, usando y “tomando prestado” el equipo y materiales de nuestros respectivos trabajos, gastando todas las energías que un cuerpo puede acumular para poder hacer dos trabajos: uno que paga las cuentas, otro que alimenta el espíritu. Todo se hacía con muchas ganas, pero siempre teníamos el temor de que no viniera nadie al evento, no por nosotros, sino por la vergüenza que representaría para el invitado. Aunque Luis Rafael Sánchez es conocido en Puerto Rico y entre las personas que leen literatura, en Chicago ninguna escuela enseña sus libros, ni siquiera a nivel universitario. Tuve profesores que me dijeron que no entendían sus libros porque escribe “demasiado puertorriqueño”. No había garantía de que viniera gente. El plan el día del evento era que Luis Rafael presentaría su ponencia en el Encuentro de Escritores Latinos, y cuando terminara, se iría conmigo al centro cultural para el homenaje. Yo (con mi pelo ensortijado a base de permanentes) también estaba participando como moderadora en algunas presentaciones en UIC, así que tuve la oportunidad de compartir y almorzar con el escritor durante el día, además de charlar con él en privado cuando lo llevé al evento en mi carro. Resulta que Luis Rafael Sánchez estaba muy triste y decaído; la razón: el actor puertorriqueño Raúl Juliá había muerto recientemente, y el día del evento era su funeral en Puerto Rico. Tanto Luis Rafael como Raúl Juliá vivían en Nueva York y eran amigos, habían compartido en varias ocasiones y tenían esos lazos de amistad y familiaridad que se construyen en la diáspora entre gente del mismo país. Yo también estaba muy afectada con la súbita muerte del actor, no porque lo conociera y fuera amigo mío, sino porque exactamente 2 años antes mi hermana Griselle había muerto en Nueva York, de lo mismo que murió Raúl Juliá: un derrame cerebral. Ambas historias son similares: el actor estaba en la ópera cuando sintió un dolor abdominal; mi hermana jugaba tenis cuando les dijo a sus amigos que sentía un dolor estomacal. Ambos sufrieron un derrame estando ya en el hospital que resultó en estado de coma hasta sus respectivas muertes. Mi hermana tenía 35 años cuando murió, Raúl tenía 54, con ambas muertes quedó ese sentimiento de que todavía les faltaba tanto por hacer y lograr, ese trago amargo de injusticia divina. A Luis Rafael Sánchez le hubiera gustado estar presente en el funeral de Raúl Juliá, despedir a su buen amigo, apoyar a su familia, pero no podía cancelar su presentación en el Encuentro con pasajes comprados, hotel pagado y cobrando por su asistencia. Así que llegó a Chicago cargando su dolor en la maleta y compartiendo su tristeza con esta otra puertorriqueña que lo llevaba a un evento celebratorio en un momento que lo menos que quería era celebrar. Cuando llegamos a Ruiz Belvis faltaban 10-15 minutos para la hora pautada del evento. Aunque lo común era que ningún evento empezaba a la hora destinada, estaba loca por llegar para ver si había gente y asegurarme que todo estuviera en orden. Había un grupo de personas parada afuera, y pensé que estaban fumando y charlando en lo que llegaba gente al lugar, pero cuando el escritor y yo subimos las escaleras que nos llevó al salón de eventos del centro cultural no podíamos creer lo que veíamos: la sala estaba repleta, todas las sillas ocupadas, gente parada dentro, gente esperando afuera, grupos llegando de los suburbios, grupos llegando de otros estados. Mi asombro, alivio y felicidad fueron inmensos, y Luis Rafael no estuvo seguro de que todo ese barullo tenía que ver con él hasta que vio el enorme dibujo de su persona que hizo Ramón Marino y que engalanaba el podio que había en el escenario. Lo interesante fue que Ramón no era conocido como pintor, sino como cantante acompañado por su guitarra, pero el dibujo en tela que hizo del escritor nos impresionó a todos. Creo que se lo ofrecimos de regalo al escritor, pero él prefirió que se quedara en el Centro y allí estuvo por muchos años. Menciono también a Abraham Martínez profesor de Elgin College quien leyó una semblanza del autor; a la puertorriqueña Maribel Hopgood, quien trabajaba para el Municipio de Chicago, y nos ayudó creo que con la placa y refrigerios; a Andrés Briganti quien tomó las fotos que acompañan esto que escribo; a todos los miembros de la junta como Myrna Rodríguez, Carmen Álvarez, Ada López, mi mentora América Sorrentini y tantas otras personas que ayudaron y vinieron al evento y no nombro porque la memoria me falla después de tantos años. Recordando esa noche, pienso que en realidad fue un homenaje a Raúl Juliá con Luis Rafael Sánchez de orador contando historias sobre su amistad con el actor y el legado de películas y actuaciones magistrales que nos dejó en herencia. Luis Rafael no logró estar en el funeral de su amigo, pero sí le rindió tributo y homenaje en una sala atestada de boricuas que admiraban a ambos. Y, como todo un caballero galante y cortés, pocos meses después recibí una carta suya dándome las gracias. Una carta que he guardado desde entonces como símbolo de que a veces la vida te quita y te tumba, pero otras te manda recompensas que hacen pensar que todo vale la pena. ©JVP

 












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