Sunday, June 27, 2010

De tormentas y huracanes...

Hace unos días tuvimos una gran tormenta. Estaba abajo en mi oficina cuando la lluvia comenzó a golpear los cristales. Me alegré de primera instancia; me encanta escribir mientras el cielo llora. Pero pronto comenzaron los truenos y centellas. Escuché un ruido ensordecedor. Subí arriba y retrocedí en el tiempo: tenía siete años, y estaba en el apartamento de la avenida San Jorge con mis tres hermanas, mi mamá y mi abuela. Después de un día de lluvia continua, el huracán comenzó a azotar el edificio con toda su fuerza destructora. Le habíamos puesto tape a las ventanas, como dijeron que hiciéramos por televisión. Mami había llamado al dueño del edificio para que las cubriera con madera, pero éste nunca llegó. Podía presentir el miedo en la sonrisa fingida de mi madre. Mi abuela daba órdenes de mover los muebles lejos de las ventanas, recoger los juguetes y dejar de correr por la casa. Yo estaba solita en una esquina con mi teléfono de juguete. Le daba vueltas y vueltas al disco, marcando números imaginarios, pretendiendo tener conversaciones con gente conocida. Cada vez que metía el dedo y rotaba el disco, unas campanitas sonaban hasta que éste se regresaba a su punto de partida. No quería escuchar el sonido del viento; sonaba como un monstruo tumbando el edificio. Estaba oscuro y parecía de noche, igual que estaba cuando subí arriba hace unos días. Llovía tanto que casi no se veía nada afuera, pero pude observar que el viento había tumbado la sombrilla y una planta que tenía en el deck. Pensé que ése debía de ser el ruido que había escuchado. La tormenta seguía incrementando su fuerza con cada minuto que pasaba. Por un momento creí que los cristales de las ventanas se iban a romper. Me pregunté si aquí le ponen tape a las ventanas como cuando hay huracanes en Puerto Rico. La tormenta duró lo que pareció una eternidad. Cuando la lluvia por fin cesó, miré hacia afuera y vi la sombrilla hecha pedazos; todo había volado de su sitio y estaba en mal estado. A los lejos noté algo diferente. Había un objeto cerca del garaje. Salí afuera a ver lo que era. No podía creer lo que veían mis ojos. Fue como salir de la casa después de un bombardeo. Ahí estaba mi pino de más de 40 pies, tirado de lado sobre el garaje del vecino. Parecía como si un gigante lo hubiese halado de raíz con tanta fuerza que hasta había arrancado el cemento que había cerca de él. Mi pino permanecía siempre verde durante el invierno y el patio se llenaba de sus piñas de escamas, las mismas que veía que vendían en las tiendas pintadas de colores. Dentro de sus ramas, una tropa de pajaritos revoloteaban, y las ardillas subían y bajaban brincando del garaje o la verja, como Tarzán en la jungla. El cielo cambió su oscuridad a un color anaranjado irreal, y dicen que en el lago Michigan salió un arco iris. Pero yo me quedé allí llorando por mi árbol como una niña que descubre que ya no volverá la navidad. JVP






2 comments:

Anonymous said...

Que fotos impresionantes.
Me imagino que plantaras otro árbol de pino, para que así la alegría que te da mirar el árbol en la Navidad se pierda en tus labios.

Chuyin Rocha said...

Lo Siento por tu pino. Me gusta tu historia. Recordar es volver a vivir.

Tu opinión es importante para mí. Aquí tienes un ejemplo de mi segundo libro por favor déjame saber tus comentarios. Saludos


-Chuyin Rocha
http://www.chuyinrocha.com/el-amor-y-la-calle/